Querés quedarte a dormir?
Nos sentamos sobre la alfombra y saboreamos un exquisito vino de la bodega.
Las brasas seguían encendidas y el crepitar de las llamas era música de fondo.
En medio de un silencio oportuno te pregunté si querías quedarte a dormir.
Con una sonrisa respondiste que no y te fuiste.
Una semana después te volví a invitar a cenar.
Nuevamente nos acomodamos sobre el piso alfombrado y descorchamos otro buen vino de los que guardo para ocasiones especiales.
El fuego en el hogar vestía de un clima especial a la noche.
Entre risas y algunos besos te pregunté si aceptabas quedarte a dormir.
Me besaste y dijiste que no, al mismo tiempo que te volvías a marchar.
La otra noche volvimos a cenar juntos.
Abrí otra botella de vino de la bodega y lo compartimos bebiendo de la misma copa.
Nos encontrábamos rodeados por la poca luz de algunas velas encendidas.
Allá afuera la ciudad se encontraba durmiendo.
Te pregunté si aceptabas quedarte para hacer lo contrario a la ciudad.
Bajaste la mirada con rubor, tomaste mi mano y nos dirigimos a la habitación.
Comprendí que vos tampoco querías quedarte a dormir.
A la mañana siguiente las velas ya se habían extinguido y yo seguía acariciando tu cuerpo desnudo al lado del mío.