12 febrero 2008

A la luz de las llamas


¿Existe algo más romántico que una cena bajo la tenue luz de unas velas ubicadas de manera estratégica alrededor de la pareja de comensales?
¿Hay algo más argentino que la charla dominguera junto al fuego prendido con el cual se hará el sabroso y tierno asado?
¿No son acaso las fogatas lo que producen la magia y recuerdos más vivos de aquellas reuniones en alguna playa nocturna y solitaria mientras cantamos las mismas canciones conocidas de siempre?
El fuego siempre fue una fuente inagotable de energía que cuando fue descubierto por el hombre, se transformó en un compañero primordial brindando diferentes tipos de ayuda y compañía. Y a mí me encanta verlo, descubrirlo, escucharlo, y sentirlo.
Y unas de las cosas que más disfruto hacer junto a la luz de unas buenas llamas es sumergirme en las profundidades de un libro y su placentera lectura.
Miré por la ventana y la oscuridad del invierno ya estaba de visita en el lugar por lo que decidí encender el fuego que alumbre y brinde el calor correspondiente.
Me dirigí a la sala donde se encuentra la biblioteca familiar y busqué algún libro cuyas páginas color de otoño sean propicias a la situación, a la escena buscada, al marco provocado. Frente a las estanterías, mi dedo índice fue recorriendo los títulos junto a mis ojos y en ese camino me topé con el libro adecuado para leer cerca del fuego.
Volví al lugar donde el fuego, apoyado sobre algunos troncos que había traído para la ocasión, cumplía con su ardiente labor. Me serví un vaso de whisky del bueno y me tiré boca abajo sobre la alfombra con el libro seleccionado adelante mío y ansioso por comenzar a leerlo.

Esta era la manera como me gustaba leer los libros cuando era chico, especialmente los de aquellas entrañables tapas amarillas con las que se caracterizaba y distinguía los de la famosa colección Robin Hood. Allí fue donde conocí las bondades de El Príncipe Feliz, los dramas que sufrían cada una de las Mujercitas, las peligrosas aventuras vividas en La isla del tesoro, o el mundo de los sueños que protagonizó Alicia en el país de las maravillas, entre otros títulos que guardo en mi memoria y en un lugar privilegiado de mi biblioteca. Recuerdo que cada mes llegaba a casa el correo trayendo el último libro lanzado de la colección y entonces yo trataba de terminar rápidamente la lectura del libro que me encontraba leyendo para poder comenzar la lectura de la nueva y seguramente fascinante aventura que me prometía vivir el nuevo libro que tenía entre mis manos.

Ahora el fuego que tenía delante de mí había comenzado a crecer como lo hacía mi ansiedad ante cada nueva página que iba pasando ante mi atenta lectura.
Por la ventana las estrellas comenzaban a aparecer y la luz de la luna, celosa ella, intentaba competir con la luz con que las llamas de la casa alumbraban y me acompañaban de manera cálida con las aventuras que pasaban por mis ojos.
Durante el movimiento de llevarme un dedo a la boca para humedecerlo ligeramente y permitir de manera más fácil el paso de página, se podía oír y disfrutar con sumo placer el sonido inconfundible de ese crepitar, del crujir de las llamas, del paso de las chispas ardientes que saltaban como pequeñas estrellas fugaces, de las maderas que mantenían la elegancia de ese fuego vestido de amarillo, naranja, y un rojo tan apasionado como un amor ardiente, de ese calor tan cálido como abrasador.

El reloj exclamó la hora exacta de ese momento (ya las once de la noche) y la vista que comenzaba a arderme, seguramente por la lectura.
El fuego seguía bailando con energía mientras a lo lejos se oía el aullido de los lobos que se iban acercando hasta confundirse y transformarse en los aullidos de las hipnóticas sirenas. Hasta que estas dejaron de expresarse con el sonido de sus gargantas para anunciar la llegada de los bomberos que, con sus mangueras chorreantes y sus cascos inconfundibles, entran en escena interrumpiendo de manera abrupta la lectura a la luz de las llamas. Las mismas que ya habían acabado con casi todo.

06 febrero 2008

Sensación térmica


Quizás alguno se enoje cuando se entere que no estiré las vacaciones, sino que la ciudad me mantuvo alojado en el trabajo y alejado de la escritura.
Los tiempos han cambiado y me llevan a la rastra como nunca quise que suceda.

Hoy, casi un mes después del último post (ay, qué vergüenza) puedo sentarme por un ratito frente al teclao mientras el monitor extrañao me mira sin comprender (versión libre del malevaje S.XXI)

Espero comenzar a disponer de estos cinco minutos de respiro necesario, porque sinó sucede que nacen “chispas” como las de acá abajo que reflejan el sentimiento interior que sale al exterior…

metamorfosis II

siento las manos mutiladas
(y nadie dice nada)
el silencio escrito se vuelve tan cruel
el blanco en el papel blanco
tampoco dice nada, no me deja ver
las palabras hacen fuerza por salir
se estrellan contra los nuevos tiempos
tiempos sin tiempos
que el espejo mañanero
golpea con el pálido reflejo que me devuelve
de Gregorio Samsa
durante la recordada mañana en que despertó
y la metamorfosis, finalmente, con él acabó
como lo quiere hacer conmigo hoy



Espero que ustedes anden bien y que disculpen la ausencia de visitas, pero verán que casi no piso ni mi propio barrio.

Vasos y besos…

Gasper