Tan frágil
Llevo 33 años ininterrumpidos viviendo sobre este planeta.
Y la vida, ya desde temprano, me ha entregado con suma puntualidad esas lecciones que duelen de sólo recordarlas.
Amorosos desamores, golpes certeros, traiciones de frente, mentiras verdaderas, pérdidas perdidas, y algunos extras más.
Ojo, las cosas buenas de la vida (de mi vida) son muchísimas más que las otras no tan buenas, pero las marcas siempre andan por ahí.
Los amigos cercanos, la familia construida, los sueños realizados, son certezas de que hubo aprendizajes y de que las luchas, aunque parezcan eternas, nos demuestran lo vivos y enteros que estamos.
Pero anoche…
Ayer mi hijo Fede andaba con fiebre y la temperatura no bajaba.
A medianoche, se despertó y sus 40º y monedas le dibujaron alucinaciones que lo llenaron de miedo.
No tenía forma de combatir esos fantasmas imaginarios, sólo podía abrazarlo y asegurarle que estaba a buen resguardo juntó conmigo y a Vale, que en la habitación estábamos nada más que nosotros tres.
Por suerte logró calmarse y dormirse, y la fiebre no volvió a molestarlo en el resto de la madrugada.
Me costó dormirme, pese a saber que hoy había que recontra madrugar.
Estuve largas horas dando vueltas en la cama con los ojos llenos de lágrimas.
Es que me sentí extremadamente frágil al sentir que no podía luchar contra esas alucinaciones de mi hijo provocada por la alta fiebre.
Entre tantos aprendizajes de los que hablaba al principio, y todavía nunca no se me había explicado sobre el agudo dolor que se siente cuando un hijo sufre, lo extremadamente frágil que uno se siente al no poseer pociones mágicas, y lo que daría en ese momento por que ese sufrir lo padezca uno y no esa personita a la que sólo queremos llenarla de amor.
(Fede, te amo y te amamos y siempre vamos a estar a tu lado para llenarte de mimos y defenderte de los feos monstruos que vengan a visitarte sin permiso)