La noche anterior se fue a acostar unos pocos minutos antes de lo habitual, lo que no significa que se haya podido dormir antes. Con sus ojos abiertos de par en par clavados en algún lugar impreciso del oscuro techo, imaginaba el día de mañana mezclado con imágenes del pasado que lo visitaban en forma de película personal.
Finalmente la mañana llegó, quizás más temprano de lo habitual, quizás más esperada que nunca. La radio usada como despertador informaba desde la voz gastada de un locutor desconocido la presencia en nuestra querida ciudad del “Día del Niño”. El sol que entraba por la ventana abierta iluminó de lleno su sonrisa resplandeciente por la alegría desbordada que le provocaba la llegada de este nuevo día en particular. Saltó de la cama con una energía renovada y se preparó para la ocasión. Desde hacía varios días que ya lo tenía todo planificado a partir de algunos sucesos desafortunados que le tocó padecer y que no vale la pena recordar, y mucho menos contar, en este momento. Todo estaba en el pasado y a él sólo le interesaba este presente en que iba a disfrutar de este día tan especial sacando a pasear y a divertir a su niño.
La primera acción que debía realizar, según el armado de su plan, era la de vestir a su niño con la ropa más cómoda y alegre que tenía, y que ya había dejado preparada con sumo cuidado desde la noche anterior. Después, sobre la enorme mesa de la cocina, ya tenía servido el suculento desayuno que había realizado especialmente para la ocasión que representaba este día cargado de emociones.
Una vez que se encontró listo, la puerta de su casa se abrió y él salió corriendo por entre los caminos verdes de aquella enorme y maravillosa plaza que se encontraba poblada por un gran número de niños que jugaban y se divertían entre los juegos clásicos y los juguetes nuevos. Él se los quedó mirando un momento y luego comenzó nuevamente a correr mientras con su mano sostenía y tiraba del fuerte hilo que sujetaba con firmeza y libertades a ese gigante y colorido barrilete de cola infinita.
Una pequeña brisa quiso acompañar en la aventura y participando del juego elevó su cometa hacia lo más alto del cielo. Y fue tanto lo que subió que se podría asegurar que alcanzó a rozar aquellos sueños casi olvidados por alguna razón sin razón. Entre nubes de formas variadas y divertidas, algunas aves que volaban sin una dirección precisa, se quedaron en las alturas celestes, jugando con el extraño pájaro de tela, a la mancha.
Recostado sobre el verde césped observó entre sorprendido y maravillado el juego que se estaba realizando en el cielo y tuvo un deseo enorme de participar del mismo, pero las leyes físicas (tan estrictas ellas) se lo impidieron.
Luego, sin poder quedarse demasiado tiempo quieto, de un salto montó sobre un valiente y blanco corcel de madera que había en el interior de la nueva calesita que se encontraba visitando con sus vueltas a la ciudad. Las canciones que sonaban sin descanso desde el interior del gran trompo las sabía todas de memoria, por lo cual las cantaba a los vientos, sin importarle el desafinado acompañamiento ni los oídos que se encontraban, en ese momento, tan cerca de su voz.
Por el contrario, él se mostraba inmensamente feliz y todos los demás al verlo divertirse de esa manera… también lo estaban.
De pronto, y después de tantos giros sin mareos, depositó toda su atención en la impactante entrada que estaba realizando sobre la avenida principal, una gran banda de músicos que desfilaban con sus pasos seguros al ritmo contagioso de sus infatigables instrumentos. Y como no podía ser de otra manera en un día como hoy, él se sumó a ellos.
Era muy divertido verlo moverse al compás de los redoblantes y de ese gran trombón tocado con tanta maestría. El niño movía sus caderas de un lado para el otro mientras sus piernas hacían el mismo movimiento pero en dirección contraria, transformándose así en un espectáculo aparte.
Las personas que se habían acercado hasta el lugar aplaudían con entusiasmo al inexperto danzarín y reían con gracia de sus audaces pasos improvisados. Se estaba viviendo una gran fiesta en la ciudad y él niño se sentía un buen anfitrión contagiando alegría y diversión a grandes y chicos por igual.
La banda musical, los bailes, el calesitero, y el barrilete fueron desapareciendo como también lo hicieron los cálidos rayos del sol, para darle paso a la señorita Luna que llegaba para ocupar su lugar nocturno.
Todas las personas grandes y sus niños ya se habían retirado hacia sus respectivos hogares luego de la jornada fantástica que cada uno había experimentado durante este "Día del Niño".
Y él también volvió a su casa, junto a su barrilete multicolor, y con la gran alegría que había vivido y sentido tan intensamente en este día que quedaría marcado en el rincón más valioso de su corazón.
Se puso el pijama y se fue a dormir con una enorme sonrisa dibujada en su cara.
Los dulces sueños no tardarían en llegar mientras él descansaba después de un día tan especial en el que había podido disfrutar de haber sacado a pasear a su niño.
Al niño que lleva guardado en su interior… como todos los grandes.