12 septiembre 2008

Con empuje

Por cuestiones del tiempo y de la vida (me refiero más precisamente a estar harto de los cambios climáticos y los sopapos a la vuelta de cualquier esquina) es que estoy pensando (muy) seriamente en depender de mis propios errores y no de los aciertos ajenos. Pendiente de terceros de cuarta me olvido de mis segundos de primera.

Estos días estuve haciendo cuentas, estudios de mercado, sacando posibilidades, y tramando mil y una formas de poder cumplir con mi cometido… Un petit emprendimiento que no sea tan petit.

Y casualmente, o por esas jugarretas del autor del destino, anoche me llegó por correo una historia que me dejó casi sin dormir ya que sentí que iba dedicada enteramente hacia mí, y así me quedé buscando la solución para el problema primario de la pequeña suma que permita el puntapié inicial.

Comparto con ustedes la historia que me mandaron:

Un millonario estaba dando en su mansión una de sus habituales fiestas en la que no falta nada y por esa razón no falta nadie a las mismas.
El tipo (como para que se hagan una idea) tenía un auto para cada día de la semana, casas en distintas partes del mundo, y demás gustos monetarios. Pero una de los más extravagantes que poseía, era un estanque disfrazado de laguna pantanal, donde criaba sus admirados (y salvajes) cocodrilos.
Como los exquisitos vinos y el champagne frío y burbujeante no tenían fin y ya habían logrado su efecto, el anfitrión tomó la palabra y ante la aguda atención de sus invitados anunció que aquel que se atreva a cruzar a nado la piscina y llegar sano y salvo al otro lado, se hará acreedor de gran parte de sus autos, casas, y demás fortunas.
En eso se escucha el sonido de alguien que se zambulle y comienza una furiosa pelea entre la vida y la muerte.
Los cocodrilos avanzan para alcanzarlo y el hombre lucha por sobrevivir.
Sus fuerzas parecen desvanecerse pero consigue golpear a las bestias que quieren saciar su apetito carnívoro.
Finalmente, y luego de unos minutos eternos, el hombre llega, deteriorado pero con vida, al otro extremo de la orilla.
El excéntrico millonario lo saluda y felicita por su valentía y le ofrece sus premios. Pero este, para sorpresa de todos, anuncia que no quiere ni sus autos, ni sus casas, ni sus millones.
—Pero entonces, ¿qué es lo que quiere?
Empapado y casi sin poder hablar, responde:
—Encontrar al pedazo de hijoderemilputa que me empujó al agua.


La moraleja sería que somos capaces de realizar muchas cosas que no imaginamos.
Sólo necesitamos de un empujoncito.
(y a veces también de algún hijoderemilputa)


Ahora habrá que ver que sale de todo esto, ya que estoy muy entusiasmado, y además… (¡¡¡Siento que me están empujando!!!)

2 comentarios:

Cecis ... funámbula dijo...

Eso es!!! Todo va a salir bien! No tengas dudas! El empujoncito, a veces es necesario, aunque duela...pero esta bueno
Un placer leerte, como siempre, y mas placentero, "escucharte" optimista...
Te dejo un abrazo...siempre se te extraña

dijo...

Leí toda la historia y de mi parte te doy un empujón inmenso!!!!!!! dale pa delante...
besos